Despedida a un piloto kamikaze
Hoy vamos a narrar brevemente la historia de una de esas personas que hizo algo extraordinario por primera vez, y no, no será un hecho clave en la historia de la humanidad: no hablaremos del primer hombre que pisó la luna, ni del primero que descubrió la penicilina, ni del primer europeo que pisó América. No. Pero si os prometo, que, aunque no sea un suceso determinante en la civilización, si va a darnos qué pensar sobre muchos elementos de los que conforman la condición humana.
Vamos a transportarnos hoy, como nos gusta hacer en anécdotas de la historia, a uno de esos instantes efímeros, pasajeros, pero que pese a su brevedad han quedado marcados con letras rojas en la historia.
Así que vámonos, abrochaos los cinturones, porque vamos a iniciar nuestro viaje …
No había podido dormir en toda la noche. A la hora prevista se levantó de su pequeño catre y parsimoniosamente fue abotonándose su uniforme reglamentario, hasta acabar con los cordones de las botas, de los que tiro mas de la cuenta mientras su mirada se enturbiaba.
Al entrar, marchó acompasado en una fila perfecta en la que se incluían dos uniformados más. Las manos le sudaban, y para evitar que se notara el temblor, las pegó con fuerza a las caderas. Ninguno se entretuvo en sortear los grandes charcos de aceite y combustible esparcidos por el suelo del gran hangar, que aparecían mezclados con enormes casquetes de cemento y ladrillo caídos del techo tras el bombardeo de la semana anterior.
Al entrar en la pequeña sala, los tres soldados se sentaron disciplinadamente, y permanecieron mas de una hora inmóviles, sin intercambiar ni una sola palabra. La mirada de cada uno de ellos emergía de entre sus ojos rasgados perdiéndose en la nada.
Comenzaba a hacer calor, cuando de repente, la puerta se abrió. Una voz chillona les hizo saber que debían salir. Los tres, en perfecta marcha, atravesaron el hangar, hasta desembocar a través del enorme portón en el exterior. Un coche, con dos pequeñas banderas ancladas en los retrovisores, estaba parado a su espera. Más allá del coche, a unos 200 metros, y recortándose contra las verdes colinas, lo pudieron observar: tenía mal aspecto: las hélices estaban oxidadas y sus grandes círculos rojos apenas se apreciaban. El rumor era cierto, la situación era desesperada.
Cerca del coche se detuvieron, y formaron en fila. En ese momento, un pequeño hombre brinco del interior. Tenía un pequeño bigotito y portaba una gorra de general con una estrella de cinco puntas en el centro. Al cinto colgaba una enorme catana.
Mirándolos sin prestar demasiada atención y con voz enérgica exclamó:
- ¡¡Sólo queda uno!!
Tras un suspiro del general, uno de ellos se apresuró a dar un paso al frente. Cuando estuvo ahí, y por una milésima de segundo, se arrepintió. Mientras el general se aproximaba, hasta casi tocar frente con frente, se le vinieron a la cabeza en rápidas ráfagas las imágenes de su esposa, de espaldas, quitándose los zapatos en el Genkan de su recién estrenada casa el día de la boda; y de su piedra preciosa, la pequeña Aratani, su hija de tres años.
El perfume del General le sacó de sus pensamientos. Cuando casi podía oler su aliento, el general alzó un brazo y lo depósito en su hombro, que apretó ligeramente. Más tarde, acercó su boca al oído y le susurró: “nos veremos en el santuario de Yasukuni”.
El polémico Santuario de Yasukuni donde se honra a los héroes de Japón, entre ellos, a los pilotos Kamikaze
Esta breve escena, que me he tomado la licencia de inventar, podría acercarse, sin duda, a muchas escenas reales que a partir del 25 de octubre de 1944 se produjeron en las bases aéreas que el ejército imperial japonés tenía esparcidas por todo el Pacífico. En esa fecha, se producirá la primera operación de unas unidades especiales que, a partir de ese momento, y hasta el final de la guerra, sembrarían el terror en todos los miembros de la armada de los EEUU, que desde entonces, mirarían al cielo con incertidumbre y pavor. Una nueva forma de combate: terrorífica, inexplicable y letal.
Pero, antes de nada, encuadremos nuestra historia en el contexto de la 2ª guerra mundial, donde el Imperio Japonés y EEUU se disputaban la supremacía en el Pacífico. Como sabemos, el enfrentamiento entre estas dos potencias, comienza con el ataque sorpresa de la aviación japonesa a la base americana de Pearl Harbor, pero, a finales de 1944, tras la derrota en las Islas Marianas, la situación del Imperio Japonés era desesperada, y el avance americano resultaba imparable. Incapaces de contener a la enorme flota americana, los japoneses consideran clave mantener el control sobre el archipiélago de las Filipinas, que actuaba prácticamente como la última barrera que protegía a Japón.
En esta situación desesperada, y con el objetivo fundamental de conservar a toda costa las Filipinas, será el almirante japonés Omishi , que además estaba al mando de la Fuerza Aérea Japonesa en Filipinas, el que decidirá crear un grupo especial, cuyo nombre exacto será GRUPO ESPECIAL DE ASALTO POR IMPACTO, en japonés TOKKOTAI.
A este respecto, rescatemos las palabras del propio Omishi, que explicaba el motivo de su creación y el espíritu que debía impregnar a los aviadores de este grupo especial:
“Combatir de una manera clásica, sería lanzar inútilmente a mis jóvenes a la voracidad de un enemigo superior en número y armamento. Lo que importa a un comandante es poder encontrar una muerte útil y honrosa para sus soldados. Las acciones de sacrificio no son otra cosa que un infinito acto de amor hacia nuestro país”
A este Grupo Especial de Asalto por Impacto pertenecerá nuestro personaje, el cual protagonizará la primera operación oficial llevaba a cabo por este grupo, y cuyo nombre pasará a los anales de la historia: el capitán YUKIO SEKI.
Como ya habréis deducido a estas alturas de la historia, los miembros de ese Grupo Especial de Asalto por Impacto serán conocidos a partir de entonces como KAMIKAZES, palabra que significaba “viento divino”, y que fue tomada del nombre que se le dio a un tifón que a finales del SXIII azotó las costas japonesas, destruyendo a su paso una flota mongol que pretendía invadir Japón. Yukio Seki, por tanto, será el primer kamikaze de la historia.
Pilotos Kamikazes apoyados en sus catanas.
Yukio Seki era un joven oficial de aviación del ejército japonés de tan solo 23 años. Pese a su edad, ya era un piloto de combate experimentado. Por esto fue elegido para comandar la primera misión oficial kamikaze dirigida contra la flota estadounidense. Su figura ha sido estudiada con bastante detalle, desde que es seleccionado hasta que se sube en el caza que le conducirá a la muerte. De los estudios de su correspondencia y de sus declaraciones públicas a los medios japoneses que rápidamente se hicieron eco, se ha deducido que Yukio Seki no quería suicidarse, y que consideró su elección un error militar. De igual forma, podemos afirmar que para Yukio Seki, su elección como voluntario, constituyó un auténtico drama personal, que le llevó a sufrir una fuerte depresión, ya que se había casado recientemente y estaba profundamente enamorado de su mujer. En la carta de despedida que escribió a su mujer podemos leer lo siguiente:
“Mi querida Mariko:
Siento mucho tener que «esparcirme» [eufemismo que se utiliza en vez morir] antes de que pueda hacer más por ti. Sé que, como esposa de un militar, estás preparada para afrontar semejante situación. Cuida de tus padres.
Ahora que llega la hora de partir vienen a mi mente innumerables recuerdos de tantas cosas que hemos compartido. Buena suerte para la traviesa Emi-chan”
Es difícil desmitificar algo en historia, y mas si hablamos, como es el caso, del presunto voluntarismo para suicidarse de los pilotos kamikaze. No seré yo el que niegue que muchos de estos jóvenes pilotos que participaron en actos bélicos suicidas, lo hicieron voluntariamente, imbuidos y radicalizados por el fuerte arraigo en la cultura japonesa del suicidio ritual recogido en el Bushido, el código de honor samuraí. Pero también es igualmente cierto que muchos, como el protagonista de nuestra historia, no lo hicieron voluntariamente. Y por tanto, la pregunta evidente que debemos formularnos es ¿entonces porque lo hicieron? ¿por qué se suicidaron obedientemente si no querían? Para responder a esta pregunta, primero tenemos que tener en cuenta que en la cultura japonesa no existe ningún tabú religioso que desacredite el suicidio, al contrario que en nuestra cultura, y que además el significado de la palabra suicidio tiene varios significados: por un lado está el jijatsu, que tiene una connotación negativa e impura; pero por otro lado está el jiketsu y el jisai, que se consideran suicidios digamos honorables, que se realizan por el bien de la mayoría, como es el caso de los pilotos kamikazes, que se convierten de esta manera en héroes e iconos de la patria. Además, observemos como actuaron los jefes de estos escuadrones kamikazes, y para ello vamos a rescatar el testimonio de un piloto japonés que formó parte de estas escuadras suicidas, y que en 1977, entrevistado sobre el tema, manifestó:
"En nuestro destacamento nunca pidieron voluntarios para las unidades kamikaze, puesto que nuestros superiores en los cuarteles generales daban por hecho que todos queríamos hacerlo"
Otro kamikaze dejaría escrito en una carta dirigida a su madre:
"Para ser honesto, no puedo decir que mi deseo de morir por el emperador proceda de mi corazón. Pero han decidido por mí que debo morir por él y así será"
Como observamos, muchos pilotos suicidas fueron empujados a hacerlo, y de nuevo nos surge una pregunta: ¿qué pasaba si se negaban? Muy sencillo: Ni siquiera se lo planteaban. Negarse a la inmolación después de haber sido “invitado”, era absolutamente impensable para un soldado imperial. Sobre su familia caería a partir de entonces un eterno deshonor. Por tanto, y para resumir, se sentían obligados a comportarse como héroes.
Estas personas, estos hombres-bomba ¿eran personas equilibradas o auténticos perturbados? La respuesta no es fácil, y los psicólogos y antropólogos que siguen estudiando el fenómeno kamikaze con la intención, por cierto, de dar una respuesta al hombre-bomba yihadista actual, señalan que el elemento fundamental fue el adoctrinamiento sectáreo al que fueron sometidos desde la infancia, y que se materializaba en una sed de venganza ante aquellos, en este caso el ejército estadounidense, que hacían peligrar sus signos identitarios, es decir, la patria y el emperador.
Pero volvamos a Yukio Seki. Vamos a acompañarle en sus últimos momentos de vida. Una vez que ha sido seleccionado y ha asumido su destino se dispone a combatir por última vez. Los japoneses habían localizado a la escuadra americana del almirante Clifton, que se aproximaba hacia las Filipinas. El objetivo del primer ataque kamikaze estaba decidido. La noche anterior al ataque, Seki, junto a sus otros 5 compañeros, apenas pudo dormir. Al amanecer, Seki se incorpora, sale al exterior de la base aérea de Mabalacat, a las afueras de Manila, y respira por última vez el aire puro del amanecer. El entorno otoñal y la suave brisa le recuerdan a su tierra de origen.
Ya con sus 5 compañeros inicia el ritual del adiós, que siempre se repetía en el caso de los kamikazes. Con lentitud, y con la cara crispada, se ata a la frente el hachimaki, una larga cinta con el dibujo del sol naciente, el símbolo imperial. Se ciñe a la cintura el seninbari, una faja realizada con mil puntadas rojas, y finalmente, mientras se observa en el espejo, se enfunda su espada de gala. Introduce en uno de los bolsillos del mono un muñeco ritual, mientras sujeta con una mano su libro favorito, y en la otra aprieta con fuerza lo que parece un pequeño cartón. Tras esperar brevemente a sus compañeros, todos emergen por el gran portalón del hangar hacia el exterior. Allí les esperan todos sus compañeros de la base.
La cinta Hachimaki.
El testimonio de otro kamikaze superviviente nos sirve para completar el relato de la ceremonia de la despedida, y dice así:
"Bajo el sol radiante, todo el personal de la base aérea se reunió frente al hangar y esperó, cada uno en su puesto, la llegada de los miembros de los Cuerpos Especiales de Ataque. Frente a los hangares, en una larga mesa cubierta con un mantel blanco había comida para ser servida en honor de la última misión con el propósito de desearles buena suerte: numerosas botellas de sake, copas, bandejas de mojama de calamar, castañas, algas y bolas de arroz con alubias rojas….
Mientras esperábamos cerca de los aviones, que calentaban motores, nuestros compañeros aparecieron vistiendo sus flamantes monos de vuelo, en cuya parte trasera se había dibujado una pequeña bandera nacional, un círculo rojo sobre fondo blanco. Alrededor de los cuellos vestían pañuelos blancos de seda"
Antes de subir al avión, Seki le pidió a un compañero que le hiciera una foto para su esposa y se cortó un mechón de pelo para su madre. A continuación, los seis pilotos recibieron las instrucciones del comandante, claras y concisas: no llevarían paracaídas; les recordó que no eran bombarderos, sino que ellos eran las bombas, y les fijó claramente los objetivos: los portaviones.
A este respecto, señalar que los objetivos de los kamikazes siempre fueron los portaviones. Esta táctica suicida no era útil en el caso de los acorazados, cuya protección los hacía casi invulnerables, pero en cambio podía ser devastadora en el caso de los portaaviones, que se convirtieron en el objetivo predilecto de los ataques kamikazes. Los portaviones cargaban en abundancia dos cosas fundamentales para un kamikaze: soldados y combustible. Esto último, los enormes depósitos de combustible, eran el objetivo prioritario. Alcanzar los depósitos suponía provocar un daño casi irreparable, ya que el fuego al extenderse, hacía estallar la munición de las baterías antiaéreas, y, de igual forma, los torpedos de profundidad.
Los kamikazes, junto al resto de compañeros de la base, entonaron el DOKI NO SAKURA, el himno oficioso de los escuadrones kamikaze.
Escucha el Doki no sakura (Flores de cerezo)
Finalmente, Seki, subió a su caza, el famoso modelo de Mitsubishi Zero, al que habían añadido para esa misión especial, una bomba de 500 kilos en la panza. Seki se acopla, y antes de colocarse las gafas de pilotaje, se entretiene en colocar la foto que llevaba en la mano entre los instrumentos del cuadro de mandos: quiere que su mujer contemple su hazaña.
El caza japonés Mitsubishi A6M Zero
Los seis cazas se alinean en la pista de despegue, y tras saludar al personal de tierra, despegan a las 7:25 del 21 de octubre, dirigiéndose al encuentro de la flota de portaviones del Almirante Clifton. Pero ese día no lograrían localizarla, y tuvieron que volver a la base. Lo mismo ocurrió los días 22, 23 y 24. Hasta que, por fin, el día 25 de octubre de 1944, tras volar durante 3 horas y 25 minutos, divisaron el objetivo a 30 millas náuticas de la costa de Samar. A las 10:45 de la mañana, los seis cazas aparecieron en el cielo sobre la escuadra del almirante Clifton. A los pocos minutos, una vez que se habían desecho de una pequeña patrulla aérea norteamericana, Seki eligió los objetivos, y se dispuso a atacar. En las imágenes, grabadas desde otro barco de la flota americana, se observa como Seki, realiza una maniobra de acercamiento mientras comienza el tableteo de los cañones antiaéreos del portaviones, que fallan, para en el último momento caer en picado dejando una estela de humo, y estrellarse contra la cubierta del portaviones St.Lo.
Secuencia del ataque de Seki al St. Lo.
De la brutal escena podemos concluir la determinación con la que Seki realiza la maniobra: sin dudas, sin titubeos, se arroja a la muerte. A continuación, sus compañeros imitarían su acción.
En esta primera misión kamikaze, un portaviones y un crucero ligero fueron hundidos, y otro portaviones alcanzado. Uno de ellos, el St.Lo, acabará hundiéndose pocos minutos después, ya que el impacto que produjo Seki, atravesó la cubierta, alcanzando los depósitos de municiones y provocando, en una oleada infernal, ocho explosiones consecutivas, que acabaron con el portaviones en el fondo del océano, 140 muertos, y mas de 500 heridos flotando en el mar.
Un observador, impactado por lo que vio, resumió la escena de esta manera tan gráfica:
"Un piloto, un Zero, una bomba, un portaaviones"
Yukio Seki, cuyos restos, junto a los de su avión, yacían retorcidos en esos momentos sobre la cubierta del portaviones St. Lo en llamas, será solo el primero de los 5843 jóvenes pilotos japoneses que se inmolarán durante el último año de la 2ª guerra mundial. Solo en la batalla de Okinawa, la mas terrible de esta guerra en el Pacífico, los kamikazes realizaron 1900 misiones, hundiendo 300 barcos y matando a mas de 5000 soldados aliados.
Para finalizar, uno de los grandes promotores del cuerpo Kamikaze, el también piloto, Motoharu Okamura, definió a la perfección como se debían de producir estos ataques. Decía Okamura:
“Hay que atacar como las abejas, que aguijonean y mueren”
Por último, y para intentar comprender la mente de este primer kamikaze, vamos a acabar con la carta que escribe a sus padres despidiéndose:
"Querido padre, querida madre:
En este momento la nación está en una encrucijada, y el problema sólo se resolverá si cada individuo corresponde al Emperador por su benevolencia como se merece.
En este sentido el que siga una carrera militar no tiene otra elección.
Puesto que Japón es un Imperio, me estrellaré contra un portaaviones para compensar la generosidad imperial. Estoy resignado a hacerlo.
A todos vosotros, obediente hasta el final"
Capitán Yukio Seki
Este artículo ha sido realizado a partir de la consulta de los siguientes documentos:
- Nº 577 de la revista Historia y Vida ¿Qué sentían los kamikaces?
- En la revista Muy Interesante en versión digital, podéis encontrar un artículo titulado Hombres- bombas, que nos aporta una visión del fenómeno desde la psicología.
- Alianza editorial. No esperamos volver vivos. Impresionante libro, que recoge los testimonios de algunos kamikazes supervivientes.
- El documental de canal historia, Kamikazes, el viento divino
- Y por último, hemos hablado del primer ataque Kamikaze contra el portaviones St. Lo, pues bien, en you tube podéis encontrar la secuencia histórica de 1 minuto en la que se observa al caza japonés del capitán Seki estrellándose contra la cubierta del St. Lo.
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